Patricia A. Miller

Si cuando acabé «Nunca serás agua» me hubieran dicho que escribiría también la historia del hermano mayor de Megan, me hubiera reído a carcajadas. No entraba en mis planes darle un libro a Tyler Gallagher, ni a ningún otro miembro de la familia, dicho sea de paso. Tenía otros proyectos esperando que ya hacía tiempo que me rondaban y que me llamaban mucho más.

Pero un día, a través de Instagram, una chica se puso en contacto conmigo y me contó que habían hecho la lectura conjunta de «Nunca serás agua» y se habían quedado con ganas de saber más de Tyler. Me preguntó si tenía pensada su historia, si se publicaría pronto, si me había planteado escribirla en primera persona, si iba a sufrir el personaje… Y esa chica, a la que muchos conocéis como @lecturitatis en redes sociales, se metió en mi cabeza y puso patas arriba mis planes de futuro.

De pronto, el perfil de Tyler que había creado para la historia de Megan y Nick, se transformó en un montón de información sobre él, sobre su personalidad, sus gustos, los motivos por los que era tan capullo, tan amargado. Ese secundario que había puesto de mala leche a muchas de mis lectoras, se transformó en una posibilidad.

Mientras escribía «Nunca serás agua» ya definí un poco el futuro que me imaginaba para los tres hermanos de la protagonista. Siempre pensé que a Tyler le habían roto el corazón en el pasado y por eso era tan gilipollas cuando de relaciones se trataba (de las suyas y de las de la gente a su alrededor); me imaginé que Austin, el mellizo de Megan, el seductor en potencia, el que huía de los compromisos y cada noche se acostaba con una, acabaría sometido a una mujer con alguna complicación en la vida. Y a Thomas, el más blandito, el «niño de mamá», le auguré una gran aventura en algún lugar perdido por el mundo.

Así que, sin más, me puse delante del ordenador y esbocé lo que podría ser la historia de Tyler a grandes rasgos. Y acepté el reto. Me metieron en un grupo de WhatsApp con diez chicas, muy a lo Gran Hermano, y ahí comenzó todo.

No os podéis ni imaginar lo que han supuesto estos meses en mi vida, las risas, las anécdotas, las horas de conversaciones desordenadas, los kilómetros de elíptica que he hecho, las opiniones favorables, las contrarias… Yo escribía y ellas opinaban, con sinceridad, bajo sus puntos de vista. Mis bloqueos se solucionaban a golpe de señal de alarma (ya conocéis el icono del triángulo amarillo con un signo de exclamación), mis momentos de bajón con besos, abrazos y corazones, en las celebraciones nunca faltaban aplausos y para el aburrimiento siempre teníamos a «Maluma, baby, ¡y felices los cuatro!«. Locuras han habido hasta decir basta, y apoyo incondicional, y cariño, y dudas, y lágrimas, y un sinfín de sentimientos que aún duran. Creo que durarán para siempre, porque la experiencia de escribir un libro con 10 colaboradoras tan maravillosas no se me va a olvidar jamás.

Quise darles una sorpresa en agradecimiento por todo lo que me estaban ayudando y decidí que les pondría sus nombres a algunos personajes ocasionales. Pero soy muy bocachancla, la verdad, y muy ansias, y no pude evitar contárselo. Desde el momento en que lo anuncié se desató el caos. Empezaron a hacer especulaciones de quién sería quién, con quién querían emparejarse, qué cosas habían hecho o no debían hacer, se lanzaban pullas las unas a las otras, de defendían, se machacaban… ¡¡Una batalla campal!! Pero, eso sí, siempre de buen rollo, con respeto y mucho humor.

¿Os hacéis una idea de lo que ha supuesto este «experimento»?

Pues a todo esto sumadle que seis de ellas viven en la península, una en Canarias (con su hora de menos), otra de México, una más de Colombia y la última de Guatemala. Algunas nos íbamos a dormir cuando otras se despertaban, los temas se trataban por partida doble para que, a este o al otro lado del charco, todas pudieran opinar; había quien tenía su propio lenguaje inventado, aunque todas comprendían las siglas de sus locuras menos yo jajajaja. De ellas salió el nombre de las empresa de Alice (KME, no os voy a decir qué significa) o expresiones como «cantar en el karaoke».

También el nombre de la novela fue cosa de una de ellas, de Tati. Al principio iba a llamarse «Como en los días de lluvia», pero tuve que descartarlo por consejo editorial. Solo me hizo falta una lluvia de ideas con @lecturitatis para que «Sobre las luces de Chicago» brillara con luz propia.

¿¿Se merecen o no se merecen todo mi agradecimiento?? Por supuesto que sí, hasta el infinito y más allá.

Ahora, después de casi dos meses desde que se publicó la novela, aunque las veo y las leo por redes sociales, también las echo de menos. Han sido, son y serán siempre mis #chicasTyler.

Una vez más
GRACIAS DE TODO CORAZÓN.

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