Sophia ha sido uno de los personajes más entrañables y más difíciles de construir a los que me he tenido que enfrentar. Y diréis: ¿por qué? Solo es una niña. Pues por eso mismo, porque esa niña tenía tres años y yo hacía mucho tiempo que había dejado de tratar con niños tan pequeños como para hacerme a la idea de qué hacen y cómo reaccionan a estímulos externos, como una nueva persona en su vida.
Un día, cuando me encontraba en pleno ejercicio de documentación de Cuando te enamores del viento, una amiga me mandó uno de esos vídeos virales sobre una niña a la que le gustaba la cerveza. ¡¡Le gustaba la cerveza!! Era una niñita preciosa, de mofletes y ricitos, que se aferraba a una rubia y aseguraba que le guzzzztaba la sevesa. ¡Esa era la niña que yo necesitaba!
Así que ella fue mi inspiración para construir a Sophia, ella y todos los vídeos que recuperé de mi hijo de cuando tenía 2/3 años.
Reconozco que me pasé un poco al principio con la lengua de trapo y que a veces era tan incomprensible que ni yo misma la entendía en las revisiones del manuscrito. Pero entre mis lectoras 0 y mis editoras conseguimos que Sophia fuera esa niña perfectamente imperfecta, con sus rabietas, con sus cosas de niña, pero también con sus cosas de bebé. Y con un plus: una alta capacidad que, como en muchas otras ocasiones de la vida real, se estaba confundiendo con un déficit de atención. Qué malos son los juicios gratuitos de gente sin experiencia.
Y sí, para las que me habéis preguntado, algunas de las anécdotas de la novela en las que se ve implicada Sophia son reales, pero eso os lo contaré en otra curiosidad 😉
¡¡Ah!! ¡¡Se me olvidaba!! Os dejo el vídeo de la niña por si no lo habéis visto. ¡¡Es un amor!!