UNA OBSESIÓN MÁS, entre las muchas que tengo como escritora 🤣, es la de componer un epílogo que deje ese sabor de boca tan especial que caracteriza a la novela romántica.
No siempre fue así.
Al principio de mi carrera ni siquiera lo tenía en consideración y quizá por eso, a día hoy, aun hay gente que me pide saber de la vida de Cristina Sommers y Jackson Heartstone, protagonistas de «Algo contigo», por ejemplo.
Conforme fui aprendiendo, me fui dando cuenta de lo relevante que puede llegar a ser un epílogo para cerrar una historia, del valor añadido que aporta en algunos casos (digo ‘en algunos casos’ porque hay historias maravillosas que no tienen epílogo y ni falta que les hace, ojo!).
A día de hoy, junto al título y la sinopsis, el epílogo se ha convertido en mi obsesión, una dulce obsesión, todo hay que decirlo; la guinda de un pastel acabado que necesita el último toque antes de ser expuesto a los ojos de los clientes.
He escrito epílogos sencillos, epílogos en forma de artículos de prensa, epílogos convertidos en sensacionales discursos, epílogos en primera persona narrados por la voz de alguien inesperado… Me encanta ese momento en el que encuentras la forma de sorprender justo al final del libro y reconozco que, incluso cuando leo a otros autores, el epílogo me resulta tan fundamental como la primera frase de una novela.
Manías que tiene una jajaja.
De entre mis libros, mi epílogo favorito, aunque esté feo decantarme por uno, es el de «Flores de invierno«.
¿Y el tuyo? 😉